
Como en todas las religiones, los milagros aparecen cuando mas se está necesitados de ellos, en la conquista de Lavaur no podía ser menos en el beneficio adquirido de los cruzados, por la intervención milagrosa de estos prodigios reservados a los “buenos”, que naturalmente eran los católicos.
Los cruzados ahítos de sangre y destrucción hacia los odiados cataros , emprendieron la marcha hacia Lavaur a fin de castigar a la herejía catara y a cuantos se unieran a ella. Al frente de la población, se encontraba una mujer llamada Donna Geralda, una conocida catara que estaba embarazada, muy desigual para con la defensa de la fortaleza, ya que tan solo disponía de 100 guerreros bien pertrechados, varios trovadores, y 1000 campesinos voluntarios, pero con nula experiencia bélica.
Un contingente de 7.000 cruzados alemanes, se acercaban a Lavaur por los Pirineos, lugares estos bien conocidos por los lugareños, en donde los hombres del conde de Foix , sé apostaron por sus alturas, en número aproximado de quinientos, pero aun su inferioridad al dominar la parte alta del desfiladero, se convertía en una notable ventaja, contando además con buenos ballesteros, y abundancia de grandes piedras que iban arrojando sobre el enemigo, ocasionando gran mortandad, por los que los cruzados aterrorizados, huyeron precipitadamente.
Simón de Montfort , viendo la derrota que los cataros habían producido en sus filas, decidió construir torres al objeto de acercarlas a las murallas para asaltar Lavaur. Simón hizo colocar en el frontal de sus torres, como enseña principal, una cruz, los sitiados acertaron con una piedra al crucifijo, arrancándole un brazo, por lo que los cataros , prorrumpieron en insultos y risas, contrariamente a la reacción de los cruzados, los cuales contestaron con juramentos, maldiciones y gritos de venganza.
Tras lo cual, lo que a continuación sucedió lo cuenta Otto Rhan (escritor, historiador, exotérico alemán) en su libro “Cruzada contra el Grial” en “La tragedia del Catarismo ”, que de forma un tanto fantástica relata lo siguiente: El foso hasta la muralla de Lavaur , impedía que las torres de los cruzados pudieran acercarse lo suficiente, por lo que fueron rellenándolo con todo lo que encontraron, maderos, ramas, hasta poder situar las máquinas de asalto de forma efectiva, la “leyenda” dice que por la noche desaparecía todo este material, y los cataros consiguieron derribarlas con ganchos, logrando excavar zapas introduciendo grandes troncos, con la intención de tumbar cualquier tipo de los ingenios bélicos, los cruzados ante tanto fracaso, consiguieron obtener ideas ofreciendo como recompensa una bolsa de oro, hasta que un astuto cruzado propuso rellenar las zapas de los cataros con leña prendiéndoles fuego, con el propósito de ahogar a los defensores de Lavaur con el humo producido, y poder así, aproximar junto a los muros las torres y toda panoplia de máquinas de guerra, pero los defensores cataros , les arrojaron desde las almenas, toda suerte de ardientes líquidos, brea y aceite hirviendo, o bien plomo fundido.
Se habla aun de un nuevo “milagro” en ayuda de los cruzados, por la idea que tuvieron los legados obispos de Carcasona , Toulouse y París al entonar el “Veni Creator spiritus”, por lo que esos cantos, como nuevas trompetas de Jericó, ayudadas además por las balistas, hizo derrumbar parte del muro de Lavaur. Los defensores de la ciudad, aterrorizados por los cantos, unido ello al intenso humo extendido por todo Lavaur , dejaron entrar a los asaltantes, dando a entender mucha gente que la rotura del brazo del Cristo en la Cruz, podía ser una represalia produciéndose el consabido “milagro!”.
Simón de Montfort como ya es conocido, entre otras muchas atrocidades hizo desnudar la señora de Lavaur , Donna Geralda embarazada de ocho meses, arrojándola a un pozo y lanzándole piedras hasta su muerte, esto ocurría en 3 de mayo del año 1211.
Por la “ Canción de la Cruzada ” se sabe lo que el pueblo de Lavaur , sintió en aquellos momentos; una gran desazón, por el intenso dolor producidos por los verdugos de la Iglesia, en un lugar donde jamás a nadie se le había negado hospedaje, un plato de comida, o un asiento frente al hogar para calentarse del crudo invierno, y sin que a ninguno de los peregrinos se le hubiera preguntado nunca, por su religión o el origen de su procedencia.
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